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Una película que se vive

  • Foto del escritor: Dharma Delgado
    Dharma Delgado
  • 17 mar 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 mar 2022

Licorice Pizza (Estados Unidos, 2021)

Por Dharma Delgado

El gran director estadounidense, Paul Thomas Anderson, regresa a nuestras pantallas a traernos —la que considero— una de las mejores obras del año, Licorice Pizza. Apartada del estilo obscuro y en ocasiones crudo que acostumbra usar, su más reciente entrega nos regresa a la década de los 70s con una historia sorprendentemente cálida. Siguiendo a dos jóvenes, Alana Kane y Gary Valentine quienes, a pesar de su alarmante diferencia de edad, forman una relación bizarramente dulce alimentada por la validación que se aportan el uno al otro.


Protagonizada por los debutantes Alana Haim y Cooper Hoffman, Licorice Pizza nos inmersa en un mundo que captura de manera perfecta la juventud, destacando en ella el sentido de posibilidad ante los conflictos internos de los personajes.


Licorice Pizza (Estados Unidos, 2021)

Desde el primer momento se deja muy en claro que la trama se encuentra en su relación, la dinámica de poder y el cariño reprimido que se tienen el uno al otro. PTA nos lleva de la mano por una variedad de eventos absurdos donde Gary y Alana conectan y desconectan, situaciones que funcionan perfectamente para desarrollar su relación sin ser textualmente obvio. A veces es fácil perderse con una estructura así y, es aquí, donde muchos argumentan que el ritmo y la narrativa pierden sustancia, pero me atrevo a refutar diciendo que las distracciones que sentimos como espectadores son las mismas que sienten los personajes y, ese es el factor clave que los mantiene separados durante las dos horas que vemos. Licorice Pizza no fue hecha para verse, sino para vivirse, abriendo un canal de identificación muy grande entre la audiencia y lo que se ve en pantalla.


La decisión de situar la película en 1973 parecía indicar un factor nostálgico en la historia pero creo que, al contrario, hizo de esta una película atemporal. La ambientación genera un magnetismo sensorial sutilmente bello, facilitando nuestra proyección en los personajes y haciendo de Licorice Pizza una experiencia personal y emotiva para el espectador. Desde la primera secuencia nos sentimos parte de la historia; logramos entender quienes son las personas que vemos en pantalla en tan solo pocos minutos.


Me parece genial la manera en la que PTA logra crear dos personajes que encapsulan los extremos de la línea incómoda entre la juventud y la vida adulta. Gary (Hoffman), un chavo de 15 años que a raíz de su crianza como «child actor» adopta una mentalidad de adulto emprendedor y trata cualquier reto como una oportunidad de negocio. Del otro lado tenemos a Alana (Haim), una chava en sus veintes sin rumbo, a quien le cuesta adoptar y aceptar sus responsabilidades de adulta. Todes en algún punto de nuestra vida hemos sido Alana o Gary, o tal vez hasta una mezcla de ambos, y es ahí donde se encuentra el sentido humano de la película.


Licorice Pizza (Estados Unidos, 2021)

Ahora, creo que es importante mencionar la alarmante diferencia de edad entre los dos personajes y el efecto en su relación. En mi opinión, se deja muy en claro que la edad es un factor eminente en su dinámica desde el inicio, aunque no necesariamente cause un desbalance. Los actores lograron dar interpretaciones tan naturales y convincentes (merecedoras de nominaciones) que aun jugando en territorio peligroso, se entiende que ambos personajes necesitaban experimentar dicha relación para poder llegar al punto del género en sí, «coming of age».


Más allá de la estelar dinámica entre Gary y Alana, PTA acierta en el uso de la iluminación y fotografía para ambientar su filme. Dominando el plano secuencia con una fluidez irreal, cada toma suma a la cualidad inmersiva que nos mete en la cabeza de los personajes y nos hace sentir como si estuviéramos viviendo el momento con ellos. Aplaudo el uso de la iluminación, especialmente en las escenas donde Gary y Alana se separan y vemos unas luces giratorias alumbrar, como un faro, buscando. La composición visual es sencilla pero efectiva, el director logra apoyarse en los recursos visuales lo suficiente como para mantener la esencia simple de la obra.


Licorice Pizza, como su nombre lo establece, es una delicia bizarra que demuestra que sin importar el tiempo o lugar, las historias humanas son complicadamente sencillas y dignas de disfrutarse.



Si te gustó, debes ver:

  1. Boogie Nights (Estados Unidos, 1997)

  2. Movida del 76 (Dazed and Confused, Estados Unidos, 1993)

  3. Todos queremos algo (Everybody wants some, Estados Unidos, 2016)


 
 
 

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