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Mucha dirección, mucha proyección

  • Foto del escritor: Juan Carlos Vázquez
    Juan Carlos Vázquez
  • 3 nov 2022
  • 3 Min. de lectura

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (México, 2022)

Por Juan Carlos Vázquez



El hijo pródigo de México regresa de su autoexilio a salas mexicanas con Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (México, 2022).


En 2018 el polaco Pawel Pawlikowski estrenó Guerra fría y el mexicano Alfonso Cuarón se lució con Roma. En 2019 el cine nos regaló Dolor y Gloria, de Pedro Almodóvar, y Marriage Story, de Noah Baumbach. En 2021 vimos Belfast a cargo de Kenneth Branagh. ¿Es acaso ahora el tiempo de las autoficciones y las proyecciones de directores maduros (que por supuesto pueden “ponerse sus moños”)? Parece ser.


Mantendré esta reseña corta: Bardo es una película pretenciosa, experimental, con mucho relleno, demasiado mamadora, muy visual y con mucha dirección y mucha proyección. Y vale la pena verla.

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (México, 2022)

La historia sigue a un Iñárritu “ficticio” de nombre Silverio Gama. Silverio es un documentalista y periodista que huyó de México después de haber trabajado años en la publicidad y televisión nacional y busca expandir su visión creativa y liberarse de la propaganda mediática a la que se veía sometido al ser empleado de la televisora más grande del país. Cuando se le nombra próximo ganador al premio periodístico más grande de Estados Unidos regresa a México con su familia para pasar unos días en “sus raíces” antes de volver a California por su premiación.


En México, Silverio, pensando en voz alta (literalmente) e intercambiando diálogo con todo el que se le cruza enfrente, vomita todos sus pensamientos acerca de la mexicanidad, el mestizaje, los mitos históricos, los gringos, los migrantes, el arte y demás tópicos.


Iñárritu nos presenta una película meta que busca sentirse como una experiencia onírica con el propósito de hacer una autoficción y proyección disfrazada de filme. ¿Historia? No importa. ¿Conflicto? Menos. Lo único que le interesa a Iñárritu es presentarnos su alter ego y los conflictos internos que ha tenido a lo largo de su carrera. Desde el hecho que Silverio Gama se fue a Marruecos a grabar un documental y no estuvo presente en la infancia de sus hijos hasta la depresión que siempre sufre en la post-producción de todos sus proyectos.

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (México, 2022)

La película sí tiene tres lecturas, razón suficiente para verla. La primera es la de Iñárritu como cineasta. A lo Dolor y Gloria las similitudes entre el trasfondo (y hasta el físico) de Silverio e Iñárritu está nada escondido (aunque el mismo director jure e híper jure que Bardo no es una película sobre él, ajá). La segunda lectura viene desde un punto experimental. Es un festín visual y narrativo lleno de planos creativos, movimientos de cámara llamativos, producción de arte estrafalaria y un show off enorme que te deja claro en qué nivel de cine mundial Iñarritu está parado. La tercera lectura es la mexicana. El mismo Iñárritu ha hecho declaraciones de que esta película es diferente al mexicano por los temas que se abordan. Migración, conquista, familia y clases sociales solo son una pequeña fracción de lo que se habla entre diálogos, pensamientos y encuadres.


Sí, Bardo es un ejercicio muy narcisista de Iñárritu que cae en una propia eyaculación hecha película, pero es una obra que tiene diferentes lecturas y diferentes capas sonoras, visuales y narrativas. Ya por esto me parece que vale la pena verla.




Algo parecido que podrías disfrutar:

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  • Birdman (EE.UU., 2014)

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